Intoxicación
La costumbre es esa embustera que nos sumerge en un mar con tiburones y anguilas asesinas cuando nunca hemos sabido nadar.
Nos agarra de la mano y nos lleva poco a poco por caminos inimaginables que si quisieramos volver a recorrerlos nos caería un balde de agua fría dejándonos ver que el mundo es demasiado grande y nuestra orientación espacial muy limitada.
Y no solo nos agarra de la mano, nos habla al oido, nos promete cosas que solo se atreveria a prometer un enamorado de 16 años a su primer amor con quien cree que va a pasar el resto de sus días. Te hace sentir cómodo, te invita poco a poco a sumergirte tanto en ese mar de mierda que no te huele mal, que te parece tan familiar que no entiendes por qué los demás tratan de evitarlo y miran incrédulos tu comodidad.
Estás intoxicado, tus pulmones están llenos de agua salada, de esa misma que recetan los otorrinolaringologos para hacerte sufrir mientras te hacen bien, como cualquier buen remedio que recetan los doctores. Pero esta agua no intenta ayudarte, te está hundiendo poco a poco, sin que tú te des cuenta. Te estás ahogando, y a pesar de que tu sabías que nadar es una de tus más grandes debilidades, te metiste al mar y empezaste a caminar hasta que se dejó de ver tu silueta.
Cuando te das cuenta, estás en la oscuridad de la profundidad, donde solo se sienten cómodos esos peces horribles que tienen un foco en la cabeza. Diriges la mirada hacia donde tu instinto te lo indica, y allá a lo lejos, arriba, arriba, ves una luz, una luz tenue, una luz que te da esperanza, que te estremece el estómago justo ahí donde viven las mariposas famosas y que a pesar de estar pérdido, te sugiere una salida. Y la tomas.
Volviste a escribir :) hacías falta.
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